viernes, 18 de marzo de 2011

¿Por qué gana tanta pasta Santiago Segura?

A estas alturas de la película, seguro que nadie duda que Torrente 4, si nadie lo remedia, y nadie lo remediará, se va a convertir en una de las películas españolas más vistas de la historia. Algo previsible –su agresiva y omnipresente campaña así como lanzarse con 365 copías así lo certifican- , pero no por ello menos importante.
Y lo va ha hacer precisamente cuando los datos oficiales para nuestro cine, no son precisamente halagüeños: 13% de cuota de pantalla, frente a un 16% del año 2005 ( el año pasado, 2010, de cada 100 espectadores, 13 pagaron por ver una española, mientras que en 2005 fueron 16). Se ha escrito, y se escribirá, sobre cuáles son y han sido las claves para que esta serie de películas sobre el aspirante a policía casposo, zafio, facha, racista y machista que representa Jose Luis Torrente haya causado tal grado de empatía y cariño. Éstas pueden ser algunas, aunque no todas.





El primero es sin duda, el personaje. Torrente vive en un entorno fácilmente reconocible, en el que también se mueven personajes como el carnicero, la pescadera y el kiosquero: es un tipo de barrio, miserable “pero con corazoncito”, como admite en la primera entrega el propio José Luis. Es un quiero y no puedo. Su ideal sería un mundo en el que él fuese el héroe, un capo afable que todo lo arregla, al que todos quieren y desean, y al que no le falta ni un detalle para disfrutar de una vida de lujo. Su admiración por dos personajes como El Fary o Jesús Gil, ratifican sus esas intenciones. La realidad es que muchos le detestan, apenas tiene amigos, las mujeres –excepto una- huyen de él como de la peste y ni siquiera ha conseguido entrar en el cuerpo de policía.
Es un tipo que causa empatía y del que, en determinados momentos, nos podemos apiadar, pero cuyas costumbres, por soeces, zafias y deleznables, producen aversión. Peron no hay que confundirse, como dice Gregorio Belinchón en El País, la suya es una “zafiedad intencionada”, que surge de esa esperpentización exagerada. Y ese es el espíritu con el que Santiago Segura dotó al personaje en su primera entrega “Torrente, el brazo tonto de la ley”, y, un poco menos, en la segunda, “Torrente 2: Misión en Marbella”.





Santiago Segura no ha engañado a nadie. Siempre ha tenido muy claro que quería ganar dinero para hacer cine. Y lo demostró participando en una ingente cantidad de concursos televisivos que, a la sazón, fueron los que le permitieron rodar al menos dos cortometrajes. Pero también era consciente que para dar el salto, necesitaba algo más que dinero, y por eso se granjeó –a veces sin pretenderlo- la amistad de gentes del mundo del cine, desde directores como Álex de la Iglesia o Fernando Trueba, o actores como los mismísimos Penélope Cruz o Javier Bardem. Con eso y con más dinero, puso en marcha su primer Torrente iniciando también de forma paralela una campaña de marketing en la que se anunciaba una gran cantidad de cameos de gentes diversas del mundo del espectáculo (Trueba o Bardem entre ellos). Quizá por esa razón, su primera película es más pura, más intuitiva, su personaje más inocente y sus intenciones menos evidentes. Pero, como decía, Santiago Segura es un tipo listo y sabía que para mantener un segundo Torrente, ahora ya con su dinero y su productora, necesitaba llegar más lejos. Por eso el número de cameos, de famosos, y con ellos la intensidad de sus campañas televisivas, han crecido en proporción geométrica.





El listón, para esta cuarta entrega, estaba muy alto, pero el cineasta sabía que podía llegar más lejos. Para ello sólo tenía que utilizar las herramientas que la propia sociedad le había puesto en bandeja, en forma de personajes televisivos encumbrados al trono de la popularidad. Belén Esteban, canonizada como “princesa del pueblo”, y Kiko Rivera, alias “Paquirrín, vago y mujeriego”, han funcionado cual zanahoria y han empujado a un grupo de espectadores ajenos hasta ahora a las salas de cine. Ellos, y por supuesto, una amplía lista de colaboraciones, llámense ‘cameos’, de gentes del mundo del espectáculo televisivo y teatral. Han sido el cebo perfecto para una ingeniosa campaña de marketing populista: prácticamente ninguna cadena, ningún programa, matinal, vespertino o nocturno, ha querido privarse de su omnipresencia. Y por eso, además de batir records de taquilla, conseguirá ser el personaje que más programas de radio y televisión ha visitado en el menos tiempo posible.


Quizá algunos, cegados por el espíritu comercial de su cine y su personaje, y también del propio cineasta, perciban e incluso confundan persona y personaje. La realidad es que Santiago Segura, comparte con su alter ego cinematográfico un deseo irrefrenable por gustar, por sentirse querido y triunfar –en el caso de Torrente por ser el heroe que se lleva el dinero y a la chica-, pero mientras la zafiedad de uno forma parte del personaje –a Torrente lo pintaron así-, en el caso de Segura, su búsqueda de lo políticamente incorrecto tiene más que ver con la provocación para conseguir la risa fácil y con la timidez, que con un carácter zafio. Por eso, Santiago Segura, que además de ser un gran conocedor del mundo del entretenimiento, y un hábil estratega mediático, es un empedernido cinéfilo, admirador de grandes directores que, quizá, algún día –quién sabe- nos sorprenda con una gran historia, que se convierta no solo en un taquillazo, sino también en una gran película.

jueves, 10 de marzo de 2011

MORGAN FREEMAN, un señor sabio y paciente

Es un gentleman americano. Uno de los mejores y más sólidos actores del cine de Hollywood. Su presencia dignifica las películas en las que participa. Acaba de ganar el Oscar por su papel en la mejor película del año, Million Dollar Baby, tiene varias pendientes de estreno, y estos días presenta Danny the dog, otro papel de hombre sabio y pacífico capaza de contener toda la violencia del rey del kung-fú cinematográfico actual, Jet-Li.

Morgan Freeman nació en 1937 en Memphis y no siempre ha sido actor. Su primer empleo nada más aterrizar en Los Angeles fue de mecanógrafo. Durante los 60, trabajó como mecánico para las Fuerzas Aéreas. Desechó la idea de convertirse en piloto para comenzar su carrera en el teatro. Hasta que le llegó su primer éxito en Broadway con el musical Hello Dolly (1968). Como muchos otros actores de color, probó suerte en la televisión, donde su gran oportunidad fue el personaje de Easy Reader en un infantil llamado The Electric Company. El teatro y la pequeña pantalla le tuvieron retenido unos años hasta que breves, pero intensos, papeles en películas como Brubaker o El ojo mentiroso le permitieron llegar hasta su primer protagonista. Sería en 1987, en El reportero de la calle 42. El trabajo le valdría su primera nominación. La segunda llegaría dos años después en Paseando a Miss Daisy donde Freeman daba vida al abnegado chófer de una impertinente anciana, un papel que se conocía al dedillo porque ya lo había repetido día tras día en el teatro un año antes. En 1994 nueva nominación por Cadena perpetua y diez años después el Oscar por su trabajo junto a Clint Eastwood, con quien ya había trabajado en Sin perdón. Desde Seven, además de un actor sólido con recursos ilimitados, Freeman es una estrella, cuya presencia puede convertir una película menor en un taquillazo. Es una fama aceptada con resignación que también tiene su lado bueno: “Algunas veces, pasear o ir de tiendas es complicado. Aunque cuando ya eres famoso y tienes suficiente dinero también tienes gente que te hace este tipo de cosas o que te puede acompañar. Es el precio de la fama”.
Ahora, Freeman, haciendo honor a su apellido, vive libremente en el campo, en una granja, apartado de la ciudad, se levanta más bien tarde -“prefiero trabajar por las noches y dormir durante el día”-, se informa viendo la tele -“No leo periódicos, prefiero ver la CNN”- y pasa el resto del día leyendo libros y guiones -“Tengo que producir y actuar en películas, así que tengo que leer todas esas historias y valorarlas”-. Este ha sido un año especial: ha ganado un Oscar (Million Dollar Baby), tiene varias películas en lista de espera y acaba de estrenar Danny the dog, película en la que da vida a un afinador de pianos ciego que intenta recuperar para el lado bueno a un joven y salvaje asesino interpretado por Jet Li. Es de las pocas veces en las que Freeman ha rodado en Europa, pero no ha sido la única. Ha venido a España para promocionar la película y se entrega, una vez más, a una maratoniana sesión de entrevistas, conservando siempre la sonrisa y el buen humor.

No es habitual verle trabajar en Europa. Esta vez ¿ha influido que el proyecto de Danny the dog haya salido de un director como Luc Besson?
No. He trabajado en Europa justo después esta película, en Irlanda y en Inglaterra, he trabajado incluso en Barcelona… y en Italia.

Sabemos que la idea de que su personaje en Danny the dog fuese ciego fue suya. ¿Es habitual que aporte cosas al guión durante el rodaje? Eso es ridículo. No te pueden dar un guión y después decir que quieres cambiar esto o aquello. Eso sería usurparle el puesto a guionista. Algunas veces te dan un papel, como en Danny the dog, en el que el personaje está bien definido y lo puedes desarrollar como está escrito. Otras veces sientes que estaría mejor con cambios sutiles en la forma de presentarlo. A veces puede ser hacer de ciego, cambiar la forma de vestir, una forma de hablar, un acento, en definitiva, un cúmulo de pequeñas cosas que consiguen matizar al personaje manteniendo su esencia. A veces me envían un guión y yo digo, ‘yo no puedo hacer este personaje porque esto es flojo, esto también, y además habría que reescribir esto y esto, y si estáis dispuestos a hacerlo, entonces podemos seguir hablando del proyecto’. Esto me pasa muy a menudo, muy a menudo. Pero cuando ya he aceptado el trabajo, entonces ya no hago cambios.

Su primera nominación al Oscar le llegó en 1987 con El reportero de la calle 42. Ahí era un despiadado y violento proxeneta y desde entonces no le hemos vuelto a ver de malo. ¿Es que no quiere o es que ya no le ofrecen buenos papeles de malo? Si, sí. Los buenos personajes de malo, parece que se los han dado a otros actores. Y a mi me toca hacer el del bueno. De hecho el personaje que más represento últimamente es el de tipo sabio mayor. Son papeles con mucho peso moral que dignifican más al personaje. Alguien me escribió no hace mucho tiempo diciéndome que debería dejar atrás este tipo de personajes: ‘Morgan, tienes que dejar de hacerlo porque te están hundiendo’. Y sí, quizá tenga razón, debería dejarlo.

Y después de 60 películas a sus espaldas… ¿Cuántas?

60 o más. ¿Tantas?

Es lo que he leído en Internet. Será verdad, pero no recuerdo haber hecho tantas.

¿Cuáles son las más importantes para Morgan Freeman? Para mi las más importantes son las que son más importantes para vosotros. Paseando a Miss Daisy, Tiempos de Gloria, Seven, Cadena perpetua… Me quedo con las que funcionaron bien, aquellas de las que la gente ha hablado, por que son también las que más recuerdan los espectadores.

¿A usted también le gustan? Bueno, en esas he disfrutado del trabajo: en algunas del personaje, en otras de la historia. Siempre me ha gustado algo de ellas, y hay muy pocas de las que me arrepienta. Dos o tres (es un caballero y prefiere omitir los nombres).

¿Y ahora qué le queda por hacer? ¿Qué me queda por hacer como actor? Me queda mucho. Además estoy introduciéndome en temas de producción, y ahí todavía quedan muchas historias por contar.

¿En películas suyas o de otros? En las dos.

¿Y como director? Puede que me obliguen, pero soy más bien perezoso para dirigir. Lo hice con una (Bopha) y sólo disfruté fue durante la preparación y después, cuando la cámara estaba en marcha, del trabajo con los actores, pero la postproducción me resultó aburrida. Es un proceso en el que el director ya no tiene el control, son otros los que lo hacen: los mezcladores y los montadores, que son los que más saben de eso. De eso yo como director, no tengo ni idea. Después vienen y te preguntan si te parece bien y tú dices, ‘sí, por supuesto’. Me he dado cuenta de que esa parte del proceso no me interesa nada. Además, con el tiempo que pierdes dirigiendo una película podrías hacer varias como actor y encima ganando mucho más dinero (vuelve a reír). Tengo socios que se dedican a producir, pero yo prefiero ser productor ejecutivo.

¿Ni siquiera le ha animado Clint Eatswood? ¡No! (rotundo), Clint es muy minucioso, trabaja muy duro y a él le encaaaaaanta dirigir.

Hace tiempo trabajó en Hello Dolly en Broadway, y ahora parece que el género musical vuelve a estar de moda, ¿le han tentado para volver al musical? Noooo gracias (convencido). Estoy feliz donde estoy. He luchado toda mi vida para poder trabajar en el cine. Ahora que hago cine, no quiero volver al trabajo duro (riendo).

Después de verle en sus últimos trabajos, nosotros también preferimos que no deje el cine. Lo que sí tiene que dejar es la entrevista. Su asistente personal la da por concluida, aunque Morgan, que aguanta lo que le echen con estoicismo sonriente, todavía tiene fuelle para firmar autógrafos, hacerse fotos y dar la dirección a una fan que desea enviarle un guión a su productora. Sabe que eso puede suponer leer otro guión más, pero no le importa. Tiene paciencia para eso y para mucho más. Es Morgan Freeman y acaba de estrenar "Danny the dog", junto a Jet Li y Bob Hoskins.

Andrés Fierro. Publicado en la revista EVASIÓN nº 44, verano de 2005.